Lucía





Roberto era un detective retirado, se decía retirado porque no le gustaba que el digan jubilado. La sonrisa por delante, los chistes pronto, la solidaridad y empatía como estandartes, así era el viejo. Había dedicado 23 horas al día al ejercicio de su trabajo, ahora los utiliza para acciones solidarias. Los primeros tiempos después de su jubilación, perdón, de su retiro, los invirtió en arreglar la abandonada placita que estaba casi al frente de su casa, en el barrio Alta Córdoba, labor de la municipalidad, "pero bueno, no vamos a esperar toda la vida, los pibes tienen que tener donde jugar" era la cándida respuesta que le daba a quienes en vez de ayudarlo le decían que lo deje, que le corresponde al intendente.

Así, arregló juegos que estaban rotos, los soldó, cambió las tablas que estaban podridas, agregó clavos donde hacia falta, les puso grasa en las bisagras y las pintó, cortó el césped con su máquina, podó las ramas  de los árboles viejos y renovó el cartel de "Despacio, niños jugando".

Pero no lo hizo sólo, los fines de semana le ayudó Martín, su hijo. Martín era un abogado meticuloso y prolijo, trabajaba en el Tribunal de Familias y atendía casos especiales en su estudio en el barrio Cerro de las Rosas. Le ayudó a su viejo con entusiasmo, una de las pocas cosas que compartían era tiempo haciendo algo juntos, así que aprovechó cada segundo del labor conjunto. Padre e hijo, trabajando sin un objetivo económico, codo con codo, con el placer de ayudar a mejorar un espacio para los niños del barrio, la postal perfecta. Por la cabeza de Martín pasaban en esos momentos, recuerdos de los asados compartidos en familia, yendo juntos a comprar la carne, preparando la parrilla, descorchando el vino, verlo al viejo haciendo el asado dominguero sin remera, disfrutando de encender el fuego y del vino, disfrutado mucho del vino. Después de comer, verlo templando las cuerdas de la guitarra y cantándole canciones preciosas de amor a la dueña de su alma, ver en esas canciones las lágrimas de emoción y ternura rodando por la mejillas de su madre, la amorosa Lelís.

Mujer risueña como ninguna, alegre y cordial que nunca perdió una discusión en su vida, con su piel color canela, sus rizados cabellos, su buen trato y buena reputación siempre se llevó la admiración de todo el barrio. ¡Buen día, Doña Lelís! le solían decir desde la vereda de enfrente, cuando andaba por cualquier calle del barrio, ella sonreía y levantaba la mano, no importaba quien fuera, una sonrisa siempre era la mejor de sus palabras.

Trabajó como profesora, pero donde más se destacó fue en el gremio docente, siendo vocal primera por mucho tiempo, hábil con la palabra, de temperamento fuerte y con argumentos férreos, siempre consiguiendo lo que se proponía, contra quien se le pusiese en el camino.

Ahora dispone de su tiempo para las amistades, los viajes y la devoción por Carolina, su única nieta.

Caro es la actual alma de mi familia, la perseguimos por todos lados: a sus presentaciones de danzas árabes, a sus conciertos tocando el piano, a sus manifestaciones por la Av. General Paz, intentamos seguir sus pensamientos y el ritmo de sus actividades políticas.

Ella es capaz de cambiarnos la forma de pensar, por la dulzura y rudeza de sus argumentos, acerca de cualquier pensamiento que tengamos, nos hace ver que más que pensamientos autónomos solo estamos sujetos a dogmas eternos. Hace sus críticas sociales, bastante sociables aunque a veces sus palabras nos duelen, pero en su discurso, ella prioriza siempre la idea antes que el sentimiento, el sentimiento de falsa seguridad que nos da repetir automáticamente ideas prefabricadas.

Al que más le cuesta esto de romper con las ideas de autoritarismo es, sin duda, a su abuelo, por haber prestado servicio a la fuerza policial. Pero la admira tanto, que intenta constantemente engrasar las bisagras de su rígido pensamiento. A pesar de que siempre le costó guardar silencio de los hábitos abusivos de la fuerza, de igual modo le costaba darle la razón a su nieta, por más, incluso, que él tenía más argumentos a favor de ella que de su propio discurso, que todavía era, policial. Le costaba haber pertenecido a una institución que, a ritmo de las ideas actuales, es más infractora de leyes que su principal defensora.

El conservadurismo era uno de los temas centrales de los debates familiares, era también cuando Caro más se lucía.

Y no acabo de usar esa última palabra al azar, Lucía es la novia de Caro. Esta es, fue y será la máxima conquista de ella sobre nosotros y de nosotros sobre nosotros mismos, porque nos costó aceptar la idea de que fuese lesbiana, pero nos costó más aún que ella no se considere lesbiana, sino que simplemente se considera una persona que ama. Que ama sin necesidad de que la definan con alguna palabra por como decide amar. Sigo escribiendo este texto porque me parece fantástica la idea de que la vida se trate de eso, de amar.

Di algo en el Diálogo




     Estaba Esteban, hablaba más de emblemas que de bromas. Bramaba en silencio, así obedeció, hasta que todo pasó. Más cuando contar quiso, no supo lo que hizo.

     No hay mucho para decir, estaban fuera de ritmo. Hacía mucho tiempo que no se juntaban a comer un asado y no sabían bien como comportarse.

     Era raro, lo que siempre salió natural ahora era forzado, caminaban de un lado a otro sin aparente conexión con la realidad, comenzaban diálogos de pocas líneas, sin posibilidad de continuarlas. Era molesto, no sostenerse la mirada siquiera. Alguno improvisó un chiste, el humor llegaba tarde y no causaba gracia, el chiste no era malo ni desubicado, tampoco nefasto ni superfluo, pero no había conexión entre los integrantes.

     Quisieron hablar de aviones, otro quiso empezar una discusión sobre política, otro quería hablar de la suegra, ni siquiera el tema del clima, que en cualquier ocasión resulta efectivo, tuvo frutos.

     Máximo tomaba un malbec berreta, con hielo y soda; Emiliano, que hacía el asado, un vermú; el Fede y el Bauti tomaban cerveza, el primero rubia y el otro roja; Flor invitó tequila, pero nadie le hizo la segunda; Lucas y Adri tomaban un fernet, que ella preparó muy fuerte y él se quejó, pero ella no le contestó. Jacinto no se despegaba del whisky, como dueño de la casa no le daba artículo a nadie, solo miraba sin entender y escuchaba sin decir nada.

     Bauti incentivó a hablar de fútbol con un comentario sobre Instituto, pero el campeonato todavía estaba sin fecha de reinicio, como la facilidad para el diálogo.

     <<A la ensalada ¿le pongo aceite y vinagre o solo limón?>> preguntó sin entusiasmo de respuesta Adri, mientras exprimía medio limón desde cada mano a la ensaladera.

     <<Ya casi están los choris>> decía el asador.

     Alguien hizo ruido con la soda, alguien soltó un eructo. Una roca entró en el vaso del viejo, alguien se quejó de los mosquitos.

     Alguien puso rock, otro quiso poner salsa, pero al toque se rectificó y cambió por folclore. Sonó una chacarera. Alguien puso mala cara, los demás no se enteraron.

     Nadie hablaba del clima cálido, del hermoso domingo, de ese patio tan amplio, nadie admiró lo prolijo del césped. Nadie dijo nada de las trenzas de Flor, y a ella no importó.

     << ¿Me alcanzás la sal?>> nadie se la acercó. Algunos tenían hambre pero nadie lo dijo, el asador estaba tardando, pero él disfrutaba de llevar la carne a tiempo y fuego justo, lento para los que callaban. Solo Fede se sirvió un chori, lo puso en un pan, al que agregó salsa picante y mayonesa.

     << ¡Qué hermoso día por Dios bendito!>> por fin alguien lo dijo, pero no se supo de quien vino la voz, Maxi rió.

     Sonó un celular que estaba en la mesa. Nadie atendió. Luego aparecieron Lorena y Ceci, saludaron y alguno levantó la vista, Emi ofreció para beber, Ceci prefirió agua y Lore se hizo una limonada con algunos limones que estaban cerca de la ensaladera.

     Las costillas y el cerdo en fuentes separadas. Algunos no comieron nada, alguno agarró con las manos la carne, otro la ponía en un pan, alguien prefirió servirse en un plato, otra solo necesitaba un cuchillo filoso. Nadie comió ensalada.

     Siguieron bebiendo, alguno sin despedirse se fue. Otros quedaron. El día se hizo noche de un segundo a otro, casi no hubo atardecer. La lluvia hizo que alguna se refugiara bajo techo, otra ocupo el sillón del living para dormir, otros se fueron. Otros, simplemente seguimos aquí.

Un Mate dulce



Laura servía un mate dulce, mientras pintaba las uñas de sus pies. Al fin era sábado, después de haber sobrevivido una estresante semana de obligaciones.

Era sábado, cebaba un mate dulce mientras se pintaba las uñas de los pies, con un esmalte rosa. El mate, además de ser dulce, estaba acompañado por algunos yuyitos que le daban un sabor especial, distinto a cualquier mate de esta tierra. La yerba era suave, el azúcar adornaba el paladar y los yuyitos acariciaban la garganta.

Pintaba con extremo cuidado y delicadeza, como si fuera una obra de arte. Era el momento en que la tranquilidad, se convertía en el medio para que el arte cobre vida. Era un sábado de expresarse a sí misma, el arte que llevaba siempre consigo y que esporádicamente dejaba en libertad.

Antes, una ducha de horas había relajado el cuerpo. Ahora, era el espíritu el que alcanzaba ese estado.

Adornaba con pequeñas perlas de colores ese lienzo rosa. En algunas, nacían unos pétalos blancos. La imaginación volaba, con un ave solitaria en uno de los dedos más chicos, quizás nadie más que ella vería el vuelo triunfal de esa ave diminuta. "Yo te acompaño a volar" se decían mutuamente.

Hizo una pausa mirando la pared. Encontró en su perdida reflexión, los ojos de una tierna y amorosa gatita, la miraba extrañándola. Era un cuadro que había comprado años atrás, un cuadro que le recordaba la paz que le daba "Tité". Era sábado, la hora no importaba. El tiempo se detenía cuando ella miraba el cuadro de "Tité" en la pared de su cuarto. De fondo sonaba una canción lenta, casi imperceptible, que ambientaba el recuerdo de su compañerita. Años sin ella, el mismo tiempo que el cuadro colgaba. Los recuerdos tiernos de maullido, de caricias compartidas, de despertar juntas. Lo eterno vivía cuando ella veía a su querida "Tité".

Volvía a cebar un mate, lo dejaba servido unos segundos, daba unos últimos puntitos con celeste y tomaba el mate. Luego soplaba suavemente para que termine de secar y al fin, estiraba las piernas en la mesita donde estaban todas sus pinturas.

Era el momento, miraba las largas uñas de su mano, las amaba. Quería que siempre fueran de ese tamaño, sabía que trágicamente podían romperse, pero no pensaba en esa tragedia, las admiraba enamoradamente y estaba en paz. Buscó con la mirada el quita esmalte, lo alcanzó apenas. No quería levantarse del sillón, estaba cómoda y todo lo  hacía pausadamente.

Limpió sus uñas del arte anterior. Procedió con las francesitas en ambas manos, luego adornó con pequeñas pinceladas, delicadas, de rosa...

Pronto se romperá el hechizo y deberá volver a la realidad; volver a la sociedad y su bullicio; pronto deberá encontrar otra paz en ese caos. Pero no importaba, siempre la encontraba. Por más que fuera difícil y el barullo de la ciudad, turbe el pensamiento. Por más que las presiones laborales, expriman sus esfuerzos; la familia llame sin cesar; las envidias, los días malos, los dolores mensuales, las fatigas extras, se adueñen de todas las horas del día y la noche no alcance para descansar lo suficiente, ella seguirá.
Porque sabe bien que al llegar el sábado será dueña del mundo, o al menos, de su mundo.

¿Cuánto dura un mate dulce en un rincón solitario de la casa?
¿Cuánto dura la paz individual?
¿Cuántos momentos propios debemos tener para recargarnos de esa paz?
¿Cuántos recuerdos nos ayudan a vivir mejor?
¿Cuántas obras de arte pintamos y nadie ve?

A Orillas De La Luna



Y me encantaría que estuviésemos juntos. Que estuvieras aquí.

Hace un rato me propusiste "Veamos juntos la superluna de hoy". Me sacaste una sonrisa, ¿cómo veríamos la luna juntos? ¡Si estamos a 1214 Km. de distancia! Los números son más fríos en este confinamiento obligatorio. Vos tan allá, pero siempre aquí, en mis pupilas.

Ahora, veo lejanos tus rubios cabellos danzarines, que un tiempo supieron acompañar mis mañanas. Veo lejos, la suavidad de tus palabras. Lejos están, tus aterciopeladas manos. Esas frías y delicadas caricias, que tanto extraño, tan lejos están.

Me sacaste una sonrisa, al decirme "veámosla juntos"...  sin querer, miré al cielo, y en el azul nocturno, busqué tus ojos...

"Desde siempre que te extraño" dice la canción que solíamos escuchar y que suspirabas en nuestros abrazos interminables.

¿Esta luna, nos unirá nuevamente? Que romántico suena, me entusiasma la idea. La idea de que la distancia entre vos y yo termine, en la unión de nuestros cuerpos abrazados y en el abrazo sentir con devoción tu cuerpo pegado al mío. Mis brazos contorneando tu espalda. Sentir tu respiración igual a la mía.

Es imposible que estemos juntos. Pero si nos pensamos juntos mirando la luna, lo estaremos. Bajo el mismo resplandor de la luna rosa, la gigante de esta temporada.

Sentiré la brisa acompañándome, curando mis heridas, secando esa lagrimita que se me escapará sin querer, porque te extraño. Estarás en la brisa y en la lágrima, te reirás de mi sentimentalismo, como siempre lo hiciste. Me reiré con vos. Reiremos juntos bajo esa luna.

La misma luna que nos alumbró cinco años atrás, cuando nos presentaron, cuando nos dimos amor por primera vez. Tanta suavidad, bajo la luna, a orillas del Arroyo Tabay. Tanto amor me enseñaste que hasta hoy puedo sentir tu suavidad.

Y es bajo esta misma luna, que siento la presencia de tu mirada, el fulgor de tu piel desnuda abrazándome.

Ambos mirando a nuestra compañera, cómplice de amor. Fundidos en un abrazo atemporal. Somos los mismos, vos allá y yo acá, que esos dos amantes a orillas del arroyo, contemplando la misma luna.

Al otro lado del papel




"Contame, quiero saber de vos" así había empezado la charla, esa vez que nos encontramos en la plaza San Martín. Yo te vi triste y desolada, esperando que se te consuman las horas para ir a ningún lugar. Te querías sentir aislada de todos, buscaste una plaza llena de personas para estar sola. Sabías que tus escasas amistades no suelen encontrarse en lugares así.

Para romper con tus esquemas llegué yo. Te vi cabizbaja, ausente, distante, con ganas de no estar. Para tu mala fortuna te vi, yo que te extrañaba una banda. Compré dos latas de birra en el quiosco de la esquina y me senté al lado tuyo. Te ofrecí una de las latas y ahí recién te diste cuenta de mi presencia. Sonreíste y aceptaste la birra, tu semblante cambió. Volvió esa sonrisa a medias, como siempre, más con las mejillas que mostrando los dientes.

Después de dejarme hablar por un rato, agradeciendo a dios y al diablo por inventar la cerveza, me contaste que terminaste con tu novio, que no estabas sufriendo por la ruptura pero que me aceptabas otra lata. << ¿Unas pintas, no querés?>> te pregunté redoblando la apuesta, esto implicaba que la charla fuese más extensa, que llegue incluso la noche y nos encuentre bebiendo aún. Tardaste en decir que si.

Caminamos por la peatonal algunas cuadras, hasta encontrar una cervecería, que no tenía tu estilo, pero necesitabas un cambio de ambiente y por eso fue que la elegiste. Al ubicarnos en una mesa del interior del local, lo primero que hiciste fue limpiar tus lentes, con una servilleta. Me quedé mudo, mirando tus delineados ojos, el contraste con tu viva piel, quedé fascinado. Era la primera vez, que te veía sin lentes. Era la primera vez, que me enamoraba de vos.

Pronto pedimos dos pintas rojas, brindamos. La música del lugar era muy buena pero no distinguí si era jazz o blues, era por demás tranquila y no había mucha gente dentro. Poco duró esa tranquilidad, nuestras risas estridentes rompían con la monotonía del lugar. Inclusive, desde algunas mesas se volteaban para ver la locura que cargábamos.

En un momento acomodaste una silla a mi lado, me hiciste dejar la birra en la mesa y me comiste la boca. Fue un beso corto, seguido de una risa compartida. Después, seguimos hablando, un rato agarrados de la mano, entrelazando los dedos, otro rato entre besos, entre caricias, entre pausas en las que nos descubríamos la mirada. Hablábamos como novios de toda la vida.

Nuestra relación fue siempre así, desde aquel primer encuentro, en el que nos conocimos en ese bar de rock, nos hablamos con la confianza de dos amigos de la infancia. Y a partir de ahí, siempre fuimos así. Todas las veces que nos veíamos, nos fundíamos en un abrazo, por más que nos hayamos visto el día anterior. Pero esta vez le sumamos algunos besos. La misma confianza, el mismo cariño, con algunas caricias un tanto más íntimas.

En algún momento te sentaste en mi regazo pero pronto te avergonzaste, bajaste y te fuiste al baño.

Cuando volviste pensé que dirías que debíamos irnos, que ya era tarde. Al jueves le llegó la noche y con ella, varios grados menos. Te sentaste, con muecas de frío, te abracé y me dijiste al oído, muy suavemente: <<Gracias por rescatarme de la plaza, no tenía ganas de ver a nadie. Solo quería perderme entre el ruido de la muchedumbre, que nadie me pregunte cómo estoy, porque no tenía respuesta para esa pregunta. Gracias, gracias de todo corazón, necesitaba unas birras, un beso y este abrazo. Gracias por las risas.>> Me abrazaste fuerte y rodaron unas lágrimas, que pude ver cuando me soltaste. Te las secaste cuidando que no se te corriera el delineado que demarcaba tus ojos, que enmarcaban mi vida. Soltaste una risita leve, mostrando los dientes y, antes de besarme, me dijiste: << ¿Qué me mirás así, boludo?>>

El Sol De La Mañana



Me gusta el sol de la mañana,
Las cortinas de tu ventana.
El rosedal brillante,
La brisa presente.
El zorzal y su plumaje,
Las sierras y su paisaje.

Me gusta el sol de la mañana,
Las cortinas de tu ventana.
El amanecer entre tus sábanas,
Tus labios en mi almohada.

Me gustan tus manos al despertar,
Tus suaves caricias al besar,
Tus primeras palabras al amar.
Tu mirada, mi alma sabe llenar.

Me gusta el sol de la mañana,
Las cortinas de tu ventana.
Como combates las penas
Cuando cantas en mis oídos
La bravura de tus ideas
Tu llanto escondido.

Me gustas porque
sabes a mar
Sabés amar
Sabés amar
Sabes a mar.

El Pomelo Azul




Era una mañana fresca y silenciosa, apenas los pájaros habían despertado, no le hice caso a mamá y salí sin abrigarme. La puerta que da al patio estaba abierta así que fue fácil salir, en un momento estuve afuera. Miré a todos lados buscando donde ir, el sol estaba muy brillante, tuve que taparme con la mano como si fuese una gorra, corrí unos metros hasta la casa del abuelo, pero me arrepentí. No quería jugar con el abuelo.

      Volví corriendo a la galería, ahí estaba Yaco mirándome desconcertado, era un perro viejo que le costaba caminar y hace mucho que no ladra. Me miraba atento, como siempre lo hace cuando me ve correr, parece que me dice con la mirada no corrás que te podes caer y lastimar la rodilla una vez me pasó eso, estaba corriendo y me tropecé con un juguete que había dejado Thiago, mi hermanito mas chico. Thiago tiene 3 añitos, él no me quiere prestar sus juguetes, así que los uso cuando él está durmiendo. Yo soy el hermano mayor de Thiago, tengo 7 años y voy a la escuela todos los días. Ahora no voy más a la escuela porque estamos en tiempo de vacaciones de verano. Pero me gusta ir a la escuela. Aprendo mucho. Me gustan las matemáticas y la gimnasia, a veces jugamos al fútbol, me gusta mucho jugar con mis amigos, me gusta jugar a la pelota, una vez hice un gol.

El sol me seguía molestando los ojos, así que me refugié debajo de la planta de mandarinas. Mamá decía que era de mandarinas pero nunca tenía frutas. Caminé por la sombra de la planta de mandarina hasta estar debajo de la sombra de la planta de pomelo, esa si que tiene frutas, pero de pomelo, no de mandarinas. Las frutas de pomelo son grandes y pesadas, cuando caen al suelo hacen mucho ruido. Hace unos días hubo muchos rayos y mucho viento y después todos los pomelos quedaron en el piso, eso fue de noche, hacían mucho ruido cuando caían, me despertaron.

      Ahora quedaban unos cuantos pomelos, no muchos como antes, como antes de la tormenta.

-¡Loida, Loida, mirá! ¡Mirá ese nene!

-¿Quien anda ahí? ¿Abuelo, sos vos?

Escuché a alguien que cuchicheaba cerca de mí pero no veía quien hablaba.

-Hola ¿quién está ahí?

Se movían mucho las ramas del pomelo, miré para arriba y solo vi dos pajaritos. No veía muy bien porque entraba algunos rayos de sol entre las hojas y me encandilaban.

-¡Hola! Hola, pajaritos. ¿Pajaritos, qué hacen?

Parecían picaflores, porque se movían muy rápido, eran dos, iban de rama en rama, de rama en pomelo, de pomelo en pomelo. Aleteaban rápido, casi no podía ver sus alas y sus picos. Uno era rojo y tiraba polvitos amarillos, el otro era azul y tiraba polvitos violetas. Me gustaban esos colores. Iban y venían, rápido, muy rápido. Bailaban de un lado a otro, se escondían detrás de un pomelo, yo los buscaba y se escondían en otro pomelo, se reían y yo también. Me hacían correr por debajo de la planta, ellos volaban rápido y yo corría muy rápido para encontrarlos.

-¡Santino! ¿Qué haces ahí abajo? ¡Ojo, eh!

-Estoy jugando con los pájaros, mami.

-Está bien hijo, cuidate y no te lastimes.

-Si, mami.

Mi mami se preocupa por mí, siempre toma mate a esta hora y me da los juguetes de Thiago para que juegue, pero ahora estoy jugando con mis amigos los pájaros, mi mami se metió otra vez a la casa, pero me mira desde la ventana de la cocina.

Ahora estoy buscando a mis amigos y ya no los encuentro, estoy triste, yo quería seguir jugando.

-No estés triste...

Me dijo eso, me dio un beso en la frente y voló a una rama que es estaba cerquita de mi. Era el pájaro rojo, ahora podía verlo más de cerca.

-¿Qué era el polvito amarillo que tirabas mientras volabas?

-Es polvo de azúcar de pomelo, pero yo no lo tiro. Es la planta la que me da el polvito para que queden en mis alas y sean más brillantes ¿Las ves? ¿Ves lo brillante que están?

-¡Qué lindas alas tenés! ¡Que lindas cuando brillan!

De la emoción, aplaudí y reí varias veces. El pájaro también se reía, daba vueltas sobre la rama y aplaudía.

-¡Sos muy alegre! ¿Cómo te llamás?

-Yo me llamo Santino ¿y vos? Vos, no sos un pajarito ¿o si? Los pajaritos no hablan y los pajaritos tienen plumas.

En ese momento, desplegó sus transparentes y brillantes alas. Voló hasta estar muy cerca de mis ojitos.

-¿Crees que soy un pajarito?

El pajarito se reía de algo, yo no sabía de qué. Voló alrededor mío y se reía, se reía mucho y bailaba a mis costados. Yo empecé a reír también, su risa era contagiosa. Mamá me miraba desde la ventana de la cocina.

-¡Loida, Loida! ¡Vení, vení que piensa que soy un pajarito!

Le hablaba al otro pajarito que estaba detrás de un pomelo.

-Hola, vení, vení...- le dije que venga, que venga, que no sea tímida por que se ve que era tímida. Yo antes era tímido, pero después ya no era tímido, ahora tengo amigos, no hay que ser tímidos, hay que tener amigos.

-... vení, vení- y con el pajarito le decíamos que venga y la llamábamos con la mano.

-Loida, Loida, vení, vení, que piensa que somos pajaritos.

Y el pajarito le fue a buscar al otro pajarito detrás del pomelo, le agarró la mano y volvieron. Se pusieron en la rama más cercana a mí. Ahora la vi bien, era el pajarito de color azul, pero ya no tiraba polvitos violetas.

-¿Y tus polvitos violetas? ¿Ya no tenés más?

-Si, aquí los tengo, abrí tu mano.

Yo abrí mi mano y el pajarito voló despacio hacia mí. Voló hasta mi mano y ahí bailó un rato, dio unas vueltas en el aire y agitó fuerte fuerte sus alas transparentes. Recién ahí, comenzó a caer el polvito, violeta brillante, en mi mano...

-Está frío el polvito, me hace cosquillas...

Empecé a reír porque me daba frío y cosquillas en la mano.

-Yo soy Loida ¿Cuál es tu nombre?

-Hola, Loida. Mi nombre es Santino. ¿Qué hacen en la planta de pomelo? ¿Les gusta el pomelo? A mi me gusta con azúcar.

El pajarito azul, que se llama Loida, voló hacia el pomelo más cercano, apoyó sus pies en él, dejó de mover sus alas y empezó a bailar. Bailó un buen rato mientras yo y el otro pajarito mirábamos. Cuando terminó de bailar la aplaudimos. Mamá me miraba por la ventana de la cocina. Loida abrió las alas, voló un poquito, despegando sus pies del pomelo, juntó sus tobillos y abrió los brazos. En ese momento hizo vibrar muy fuerte sus alas y empezó a sonar música, era como un silbido del abuelo y el susurro de una canción vieja, yo empecé a dar vueltas, al son de la melodía. Pero después de varias vueltas me maree un poco. Mamá me miraba desde la ventana de la cocina.

      Loida seguía en el mismo lugar y la música no dejaba de sonar, de sus alas transparentes empezaron a caer en el pomelo, polvitos color violeta, después rojo, después marrón y luego azul, otra vez violeta, después rojo, marrón y por último azul. Cuando la música dejó de sonar, aplaudimos varias veces con el otro pajarito. Loida se reía de alegría, le gustaba que la aplaudiéramos. Mamá ya no me miraba desde la ventana de la cocina.

-Mirá lo que pasa ahora, Santino...

Ahí fue cuando la magia del polvito de Loida empezó a ocurrir... el pomelo cambió de color, primero era amarillo, después verde, después rojo, después un color que no conozco, después celeste, después blanco, otra vez amarillo, ahora era de muchos colores y ahora azul.

Loida agarró el pomelo azul, lo arrancó de la ramita que lo sostenía a la planta. El pomelo empezó a hacerse cada vez más chico, Loida me lo trajo y me lo puso en la mano, era mas chico que mi mano. Se había convertido en un pomelito. Yo tenía hambre. Mi mamá apareció en la ventana de la cocina. El pomelito se veía rico, me lo lleve a la boca...

-¡SANTINO NOOOOOO!

Mal Bicho





          La verdad es que esto se está jodiendo bastante, hablo de la convivencia. El Gordo sigue compitiendo con El Viejo para poder ser el centro de atención. La cuestión de la política siempre lo deja bien parado, no sabe discutir, pero lo que sí sabe es subir la voz varios decibeles y lo usa como su principal arma.

 La otra verdad es la falta de personalidad para oponerse a la mayoría que tiene El Muchacho. Cada vez que habla conmigo manifiesta con seguridad absoluta lo que está mal en la casa y los errores que cada uno comete. Pero cuando está con las otras personas, no lo dejan opinar, ni expresarse y no puede mantener su postura. Esto, gracias a numerosos ataques de El Gordo, El Viejo y El Canoso.

 El Tranquilo no participa mucho, creo que por las discusiones que tuvo con El Gordo, acerca de matar para hacer justicia propia, esas y otras discusiones lo alejaron de la escena. Pero fue un alejamiento humilde, no fue corrido, ni fue una victoria de El Gordo.

 El Canoso cambió bastante, hace un tiempo era un señor, con un semblante de sabio, correcto, severo, ermitaño. Hoy solo se junta con los que están, para reírse. No le importa otra cosa que no sea estar con el grupo.

 Los otros días, inicié con El Muchacho una competencia en la cual se sumó El Canoso. Dicha competencia era embocar una pelota de goma de 3 cm. de diámetro en un hueco que hicimos en la tierra del patio trasero de casa, con un viejo palo de polo y a 6 metros de distancia. El juego empezó bien, pues la pelota de goma rebotaba sin cesar y multiplicaba la posibilidad de que el tiro fracase, esta dificultad, casi incalculable, potenció el ánimo de los jugadores, así que los ánimos estaban por las nubes. Además, había un premio, una cerveza de litro que debía pagar el perdedor. Cada ronda era de tres tiros. Todos perdieron una vez, yo perdí dos. Pero no me importó. Las sonrisas, la competencia, la satisfacción de lograr embocar la pelota nos hacía saltar gritando ¡gol! y cada gol era gritado por todos. Hubo unión.

 Después nos pusimos a jugar con las cartas. Los invité al Gordo y al Viejo, solo este último aceptó. Compramos otra ronda de 3 cervezas. No mucho tiempo después, dos vinos y una gaseosa. Yo soy muy tramposo con las cartas y los números, me encanta hacerlo notar. Así ellos me persiguieron con la mirada exhaustivamente y yo, que soy Bicho Raro, les contaba que bajo su vigilancia igual los había burlado, ellos lo dudaban y mis carcajadas daban la posibilidad de que fuera cierto, aunque no lo era.

 Nos quedamos en el patio delantero jugando hasta entrada la madrugada, en un hecho insólito y sin previo aviso, El Viejo lanzó al césped su copa, haciéndose trizas. Nos dimos cuenta que el culpable era el vino, no él.

 El Viejo se enfermó y estuvo varios días en cama, muy de vez en cuando salía a comer, solo recibía un té hecho por El Canoso, dicho té contenía muchísimas hierbas curativas que solo él sabía la verdadera composición de tal mejunje y la procedencia de los mismos. Pero ayudó bastante a la rehabilitación del Viejo y eso era lo importante.

 Del Muchacho poco hay que contar. Del Bicho Raro, si, hay bastante. Estos escritos los estoy haciendo después de haber pasado 12 años, que son un tercio de mi condena. Por fin me facilitaron la maquina de escribir que les había pedido.

 Por supuesto, me tuve que portar muy bien para que me dieran el derecho a portarla. Mi condena acá subió más de lo esperado, básicamente esta es y será mi casa y mi vida, hasta que sea mi féretro y mi muerte.

 Mi abogado dijo que desmintiera las acusaciones de los hechos ocurridos en esa mañana de tormenta, ara poder bajar la condena o postergar el juicio, pero solo pudo darme varios meses mas, hasta que se desmintieron las pericias psiquiatricas que un amigo de él había facilitado. Yo no estaba loco y en mi enorme sonrisa solo se escondía miedo a que me regañen.

 Nunca confesé nada, pero mis huellas en el cuchillo eran imposibles de esconder y por más que haya borrado la publicación de Facebook, las fotos siguen circulando.

 Doce años para poder escribir lo que pasó ese día. Pero ahora, las imágenes son extrañas, mi sonrisa no es tan simpática, no sé si era una tormenta la que azotaba esa mañana o era una calida tarde o quizás pasó de noche y los gritos fueron como truenos y la cuchilla cortando el aire eran los relámpagos y las sangre fuese... como chubascos.

 Tampoco concibo que fueran tantas personas. Me aprieto la cabeza y veo miles de cuerpos ensangrentados ¿Cuál de las imágenes es la verdadera? Quizás ambas. Quizás no lo hice solo una vez. Quizás fueron muchas mis interrupciones en la cotidianeidad de personas, veo gente que estuvo cocinando, leyendo el diario, viendo la tele, subidos a sus autos, cortados por mi machete. También me veo sosteniendo mis viseras, sonriendo. Veo dedos y no veo manos, son los dedos que salieron de mi bolsillo cuando buscaba la billetera. Mi ropa pesada del liquido escarlata, el olor que me acompaña desde siempre, ¡ese olor es tan exquisito! Cuando todavía se siente caliente y espeso en las manos. Sonrío y no sé que estoy diciendo.

 Hoy me siento un dudante más que un pensante. La gente que me habla lo hace con rimas, creo que se están burlando. No lo sé, después del desayuno dejaron de molestarme y los colores se hicieron más amables, mi cuerpo se relaja y vivo más tranquilo, las puertas y los gritos disminuyen. Mi pieza se ensancha, tengo espacio para bailar y lo hago, mientras que mi cuerpo descansa en la cama, me hace palmas y sonríe. Es eterno este momento y será eterno este lugar y eterna mi sonrisa y mi cantar, eternas las enfermeras y eternas las pastillas. Eternos son mis hijos y eternas las letras de esta encrucijada. Eterno el instante que no se repite, eterna esas ganas de volver a sentir ese olor y viscosidad en las manos.

Sentir Belén

Alma que no conozco, La siento tan hermanada De sensaciones en cascada: Hablo de rastros imperdurables En caminos intangibles, ...