¿Es tu alegría mi dolor? Yo caeré




Aumentando en mí va la desesperación, siento la decadencia y somnolencia alerta de la depresión acercándose, censurando el movimiento de mis extremidades.

Mujer.

Mujer que despertó, saliendo así de mis anhelos.

Y un dolor que hubiese querido olvidar, anterior a vos, desfiló hacia mis ojos.
La vi disimulando sonrisas. Cada vez que sus labios dejaban entrever sus brillantes, salían de ellos pétalos violáceos, rosados y celestes que caían dibujando garabatos perfumando el aire. Viéndome observarla danzó hacia mí, rozó mi costado empujándome levemente hacia el vacío.  
Continuó danzando y pétalos la siguieron. El rojizo derivó en la negra noche sin estrellas, sin luna, sin todos. Verde el campo crujiente debajo de sus descalzos talones deslizantes y la sensación a traición que me dejaron sus delineados ojos profundos. Al borde del precipicio me había dejado, la caída es inexorable, abajo me espera la espesa profundidad oscura de un oleaje violento.
No quiero caer.  ¿Por qué? ¿Por qué disfruta de verme al borde del fin? Y se va. ¿Por qué se va sin verme caer? ¿Por qué tantos pétalos violáceos, rosados y celestes? ¿Por qué sus talones descalzos se deslizan bailando sobre el verde campo? ¿Por qué baila, ríe y goza? ¿Por qué ya no me mira? Porque tengo que caer.
Jovial y esplendida, blanca de contraste brillante en la noche, entona y ríe –pétalos- cánticos de alegría y amor al ritmo de sus pulsaciones. No sé si sabe que la ven, que la veo, y no creo, que le importe. Existe creando su existencia.
Y yo me caeré. Y recordaré para siempre su cántico jovial, su espléndida locura despreocupada y desatada.  Elabora bailes improvisados, propio de su pecho recientemente floreciente. Y caeré. Y ella en mi mente seguirá improvisando felicidad naciente. Y en mi caída me dolerá cada flor de su pecho y sonrisa. Tendré en la eternidad de mi aguda caída, el tiempo para mortificarme por su dolor. Porque yo fui su dolor. Pero nada queda en ella de mí, nada queda de ese dolor, pues lo convirtió en alegría. Y me mortificará por siempre su alegría, que es mi dolor. ¿Qué es mi dolor? ¿Su alegría?  Y me mortificaré.
Pero ya no importa mi caída, porque es eterna y es muerte.
Importa ella y los colores que impone en el campo al caminar. Salta, canta y baila. Y las flores persiguen su vida, porque es vida, desde que ella vive.



La Hoja Sagrada



La Hoja Sagrada



Todo escritor tiene una hoja sagrada. Los límites los ponemos nosotros. Los márgenes infinitos son nuestras esperanzas. Todo escritor tiene una hoja sagrada.

Cada vez que nos sentamos a escribir convergen pasiones e ideas, sentimientos y pensamientos. Que intentamos desarrollar en nuestra página en blanco. Podemos describir un viaje, narrar una historia, hacer una receta de cocina vegana, compartir una poesía o dar tips sobre cualquier cuestión.

La hoja sagrada no es esa en la que estamos escribiendo. La hoja sagrada es aquella a la que no alcanzamos mientras escribimos. Y siempre lo que escribimos es una introducción que le falta algo. Toda producción nuestra con la que nos llenamos el pecho al terminarla mira de lejos a nuestra hoja sagrada.



La hoja sagrada el esa producción que queremos hacer, con letras de oro. El anhelo de que las palabras fluyan e invadan al lector motivándolo a hacer cosas impensadas. La hoja sagrada es esa historia que estamos perfeccionando en nuestra mente. La hoja sagrada es inmaculada y es la poseedora de nuestra alma.

La hoja sagrada espera por nosotros tanto como nosotros esperamos por ella.

Vayamos hacia la hoja sagrada.



Saturad


Saturad


Se me rompen los oídos, se me traban los dedos. Los ruidos se incrementan. La gota de agua que resuena en la cocina. Mis pulsaciones retumban en mis dedos y el café, el café está caliente.

Me tiemblan las sienes, frunzo el ceño.

Pienso en vos y la idea se rompe.

Me castiga tu mirada y tus palabras cortantes, hirientes.

Miras hacia otro lado, me odias. Siento frío y decepción. Tengo ruido en la nuca y una presión en la espalda.

Hay un cosquilleo frenético en el estómago. Volvés a levantarme la voz, me tiemblan las cejas, duermo incomodo en tu almohada, estoy llegando temprano a mi velorio.

Muero con vos, cuando me dedicas los lamentos de las buenas noches.

Los cuchillos se afilan, enfilan tus palabras hacia él.

Doblas tus blancas caderas sobre mi cuerpo inerte que no entiende del sudor de tu pecho.





Tomo otro sorbo de café y te despedís en la mañana con un beso en mi mejilla, fuerte y sentido, con odio.

Te duele mi dolor que te alimenta. Tu seriedad es mi desayuno, almuerzo y meta.

La piel se me eriza, el agua fría duele en los ojos salados.

El llanto silenciado si te vas y las intermitentes termitas me recorren cuando llegas con las ideas despeinadas. Dormí junto a vos y una vez  fue el infierno.





No quiero que me enfrentes ni me perdones, sufrís tu lugar de guillotina desafilada.

Las cuerdas rotas de esa guitarra tienen ganas de seguir sonando, tantos ritmos alegres de los que fueron epicentro.

Yo espero otro café en el bar, llegaste maldiciendo el tráfico de mis ojos perdidos.



Revoleamos vinos y ropas en ese sofá, hablamos a gritos en francés. Nos amamos en idiomas de celos desconocidos. No me perdonas palabras de asado y fernet.



Elocuencias frustradas de un amor interminable con sabor a que todo el alcohol se acabó y solo queda el hielo y la  soda.

Las ningunas amistades son árbitros de un partido acabado en el primer tiempo.

No hay rembolso de especias me dijiste degustando pizza y cerveza, roto estaba el techo y se veían las estrella. Llovía infierno en tus ojos.  Ya mis líneas no eran las de tus cejas.

Traficaban espinas largas en mi plato diario. Quilates de reproches de la luna llena en tu pestaña. ¡Como duele el silencio de tu mirada! Quema en las entrañas tus sordos gritos, amen.

Ya no quedan barcos para salir de este muelle y las tinieblas rozan mi pecho tembloroso. Nadie se anima a terminar de caminar, desangramos pasos terribles entre las muchedumbres de canciones de locura y mentira. ¿La muerte? Es muy básica. No alcanzarían universos paralelos, para separar los átomos de mis  errores sin los heridos tuyos.





Amé otra persona que era la misma que estaba en tu lugar sin tantas piedras en las uñas acariciando mis pulmones. Soy alumno de tus malos humores en pijama.

Desvestida te vi llorar. Reías y le dabas otro mordiscón a la manzana envenenada de mi memoria.

La oscuridad que genera el sol en tu clavícula seguirá siendo el estandarte de esta embarcación rota.

Yo seguiré tus pasos sangrantes hasta que deba donarte mi suerte.





Sentir Belén

Alma que no conozco, La siento tan hermanada De sensaciones en cascada: Hablo de rastros imperdurables En caminos intangibles, ...