Mal Bicho





          La verdad es que esto se está jodiendo bastante, hablo de la convivencia. El Gordo sigue compitiendo con El Viejo para poder ser el centro de atención. La cuestión de la política siempre lo deja bien parado, no sabe discutir, pero lo que sí sabe es subir la voz varios decibeles y lo usa como su principal arma.

 La otra verdad es la falta de personalidad para oponerse a la mayoría que tiene El Muchacho. Cada vez que habla conmigo manifiesta con seguridad absoluta lo que está mal en la casa y los errores que cada uno comete. Pero cuando está con las otras personas, no lo dejan opinar, ni expresarse y no puede mantener su postura. Esto, gracias a numerosos ataques de El Gordo, El Viejo y El Canoso.

 El Tranquilo no participa mucho, creo que por las discusiones que tuvo con El Gordo, acerca de matar para hacer justicia propia, esas y otras discusiones lo alejaron de la escena. Pero fue un alejamiento humilde, no fue corrido, ni fue una victoria de El Gordo.

 El Canoso cambió bastante, hace un tiempo era un señor, con un semblante de sabio, correcto, severo, ermitaño. Hoy solo se junta con los que están, para reírse. No le importa otra cosa que no sea estar con el grupo.

 Los otros días, inicié con El Muchacho una competencia en la cual se sumó El Canoso. Dicha competencia era embocar una pelota de goma de 3 cm. de diámetro en un hueco que hicimos en la tierra del patio trasero de casa, con un viejo palo de polo y a 6 metros de distancia. El juego empezó bien, pues la pelota de goma rebotaba sin cesar y multiplicaba la posibilidad de que el tiro fracase, esta dificultad, casi incalculable, potenció el ánimo de los jugadores, así que los ánimos estaban por las nubes. Además, había un premio, una cerveza de litro que debía pagar el perdedor. Cada ronda era de tres tiros. Todos perdieron una vez, yo perdí dos. Pero no me importó. Las sonrisas, la competencia, la satisfacción de lograr embocar la pelota nos hacía saltar gritando ¡gol! y cada gol era gritado por todos. Hubo unión.

 Después nos pusimos a jugar con las cartas. Los invité al Gordo y al Viejo, solo este último aceptó. Compramos otra ronda de 3 cervezas. No mucho tiempo después, dos vinos y una gaseosa. Yo soy muy tramposo con las cartas y los números, me encanta hacerlo notar. Así ellos me persiguieron con la mirada exhaustivamente y yo, que soy Bicho Raro, les contaba que bajo su vigilancia igual los había burlado, ellos lo dudaban y mis carcajadas daban la posibilidad de que fuera cierto, aunque no lo era.

 Nos quedamos en el patio delantero jugando hasta entrada la madrugada, en un hecho insólito y sin previo aviso, El Viejo lanzó al césped su copa, haciéndose trizas. Nos dimos cuenta que el culpable era el vino, no él.

 El Viejo se enfermó y estuvo varios días en cama, muy de vez en cuando salía a comer, solo recibía un té hecho por El Canoso, dicho té contenía muchísimas hierbas curativas que solo él sabía la verdadera composición de tal mejunje y la procedencia de los mismos. Pero ayudó bastante a la rehabilitación del Viejo y eso era lo importante.

 Del Muchacho poco hay que contar. Del Bicho Raro, si, hay bastante. Estos escritos los estoy haciendo después de haber pasado 12 años, que son un tercio de mi condena. Por fin me facilitaron la maquina de escribir que les había pedido.

 Por supuesto, me tuve que portar muy bien para que me dieran el derecho a portarla. Mi condena acá subió más de lo esperado, básicamente esta es y será mi casa y mi vida, hasta que sea mi féretro y mi muerte.

 Mi abogado dijo que desmintiera las acusaciones de los hechos ocurridos en esa mañana de tormenta, ara poder bajar la condena o postergar el juicio, pero solo pudo darme varios meses mas, hasta que se desmintieron las pericias psiquiatricas que un amigo de él había facilitado. Yo no estaba loco y en mi enorme sonrisa solo se escondía miedo a que me regañen.

 Nunca confesé nada, pero mis huellas en el cuchillo eran imposibles de esconder y por más que haya borrado la publicación de Facebook, las fotos siguen circulando.

 Doce años para poder escribir lo que pasó ese día. Pero ahora, las imágenes son extrañas, mi sonrisa no es tan simpática, no sé si era una tormenta la que azotaba esa mañana o era una calida tarde o quizás pasó de noche y los gritos fueron como truenos y la cuchilla cortando el aire eran los relámpagos y las sangre fuese... como chubascos.

 Tampoco concibo que fueran tantas personas. Me aprieto la cabeza y veo miles de cuerpos ensangrentados ¿Cuál de las imágenes es la verdadera? Quizás ambas. Quizás no lo hice solo una vez. Quizás fueron muchas mis interrupciones en la cotidianeidad de personas, veo gente que estuvo cocinando, leyendo el diario, viendo la tele, subidos a sus autos, cortados por mi machete. También me veo sosteniendo mis viseras, sonriendo. Veo dedos y no veo manos, son los dedos que salieron de mi bolsillo cuando buscaba la billetera. Mi ropa pesada del liquido escarlata, el olor que me acompaña desde siempre, ¡ese olor es tan exquisito! Cuando todavía se siente caliente y espeso en las manos. Sonrío y no sé que estoy diciendo.

 Hoy me siento un dudante más que un pensante. La gente que me habla lo hace con rimas, creo que se están burlando. No lo sé, después del desayuno dejaron de molestarme y los colores se hicieron más amables, mi cuerpo se relaja y vivo más tranquilo, las puertas y los gritos disminuyen. Mi pieza se ensancha, tengo espacio para bailar y lo hago, mientras que mi cuerpo descansa en la cama, me hace palmas y sonríe. Es eterno este momento y será eterno este lugar y eterna mi sonrisa y mi cantar, eternas las enfermeras y eternas las pastillas. Eternos son mis hijos y eternas las letras de esta encrucijada. Eterno el instante que no se repite, eterna esas ganas de volver a sentir ese olor y viscosidad en las manos.

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