Lucía





Roberto era un detective retirado, se decía retirado porque no le gustaba que el digan jubilado. La sonrisa por delante, los chistes pronto, la solidaridad y empatía como estandartes, así era el viejo. Había dedicado 23 horas al día al ejercicio de su trabajo, ahora los utiliza para acciones solidarias. Los primeros tiempos después de su jubilación, perdón, de su retiro, los invirtió en arreglar la abandonada placita que estaba casi al frente de su casa, en el barrio Alta Córdoba, labor de la municipalidad, "pero bueno, no vamos a esperar toda la vida, los pibes tienen que tener donde jugar" era la cándida respuesta que le daba a quienes en vez de ayudarlo le decían que lo deje, que le corresponde al intendente.

Así, arregló juegos que estaban rotos, los soldó, cambió las tablas que estaban podridas, agregó clavos donde hacia falta, les puso grasa en las bisagras y las pintó, cortó el césped con su máquina, podó las ramas  de los árboles viejos y renovó el cartel de "Despacio, niños jugando".

Pero no lo hizo sólo, los fines de semana le ayudó Martín, su hijo. Martín era un abogado meticuloso y prolijo, trabajaba en el Tribunal de Familias y atendía casos especiales en su estudio en el barrio Cerro de las Rosas. Le ayudó a su viejo con entusiasmo, una de las pocas cosas que compartían era tiempo haciendo algo juntos, así que aprovechó cada segundo del labor conjunto. Padre e hijo, trabajando sin un objetivo económico, codo con codo, con el placer de ayudar a mejorar un espacio para los niños del barrio, la postal perfecta. Por la cabeza de Martín pasaban en esos momentos, recuerdos de los asados compartidos en familia, yendo juntos a comprar la carne, preparando la parrilla, descorchando el vino, verlo al viejo haciendo el asado dominguero sin remera, disfrutando de encender el fuego y del vino, disfrutado mucho del vino. Después de comer, verlo templando las cuerdas de la guitarra y cantándole canciones preciosas de amor a la dueña de su alma, ver en esas canciones las lágrimas de emoción y ternura rodando por la mejillas de su madre, la amorosa Lelís.

Mujer risueña como ninguna, alegre y cordial que nunca perdió una discusión en su vida, con su piel color canela, sus rizados cabellos, su buen trato y buena reputación siempre se llevó la admiración de todo el barrio. ¡Buen día, Doña Lelís! le solían decir desde la vereda de enfrente, cuando andaba por cualquier calle del barrio, ella sonreía y levantaba la mano, no importaba quien fuera, una sonrisa siempre era la mejor de sus palabras.

Trabajó como profesora, pero donde más se destacó fue en el gremio docente, siendo vocal primera por mucho tiempo, hábil con la palabra, de temperamento fuerte y con argumentos férreos, siempre consiguiendo lo que se proponía, contra quien se le pusiese en el camino.

Ahora dispone de su tiempo para las amistades, los viajes y la devoción por Carolina, su única nieta.

Caro es la actual alma de mi familia, la perseguimos por todos lados: a sus presentaciones de danzas árabes, a sus conciertos tocando el piano, a sus manifestaciones por la Av. General Paz, intentamos seguir sus pensamientos y el ritmo de sus actividades políticas.

Ella es capaz de cambiarnos la forma de pensar, por la dulzura y rudeza de sus argumentos, acerca de cualquier pensamiento que tengamos, nos hace ver que más que pensamientos autónomos solo estamos sujetos a dogmas eternos. Hace sus críticas sociales, bastante sociables aunque a veces sus palabras nos duelen, pero en su discurso, ella prioriza siempre la idea antes que el sentimiento, el sentimiento de falsa seguridad que nos da repetir automáticamente ideas prefabricadas.

Al que más le cuesta esto de romper con las ideas de autoritarismo es, sin duda, a su abuelo, por haber prestado servicio a la fuerza policial. Pero la admira tanto, que intenta constantemente engrasar las bisagras de su rígido pensamiento. A pesar de que siempre le costó guardar silencio de los hábitos abusivos de la fuerza, de igual modo le costaba darle la razón a su nieta, por más, incluso, que él tenía más argumentos a favor de ella que de su propio discurso, que todavía era, policial. Le costaba haber pertenecido a una institución que, a ritmo de las ideas actuales, es más infractora de leyes que su principal defensora.

El conservadurismo era uno de los temas centrales de los debates familiares, era también cuando Caro más se lucía.

Y no acabo de usar esa última palabra al azar, Lucía es la novia de Caro. Esta es, fue y será la máxima conquista de ella sobre nosotros y de nosotros sobre nosotros mismos, porque nos costó aceptar la idea de que fuese lesbiana, pero nos costó más aún que ella no se considere lesbiana, sino que simplemente se considera una persona que ama. Que ama sin necesidad de que la definan con alguna palabra por como decide amar. Sigo escribiendo este texto porque me parece fantástica la idea de que la vida se trate de eso, de amar.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, me encanta que hagas lo que más te gusta!!

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  2. La vida que solo puede llegar a fin si se lo desea, si uno lo quiere así, con ese amor, familiar, que une barreras y que se acepta tanto si es de las buenas noticias cómo de las malas, ¡¡Muy bueno, Matías!! Amar, amar libre y pero amar. No mal en ello, dejarse llevar...

    Me ha gustado mucho la estampa de la familia compartiendo juntos, junto al fuego, es algo muy bonito.

    Lo he ido dejado... pero perdón, ya te he leído, y me ha gustado mucho.

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