Un Mate dulce



Laura servía un mate dulce, mientras pintaba las uñas de sus pies. Al fin era sábado, después de haber sobrevivido una estresante semana de obligaciones.

Era sábado, cebaba un mate dulce mientras se pintaba las uñas de los pies, con un esmalte rosa. El mate, además de ser dulce, estaba acompañado por algunos yuyitos que le daban un sabor especial, distinto a cualquier mate de esta tierra. La yerba era suave, el azúcar adornaba el paladar y los yuyitos acariciaban la garganta.

Pintaba con extremo cuidado y delicadeza, como si fuera una obra de arte. Era el momento en que la tranquilidad, se convertía en el medio para que el arte cobre vida. Era un sábado de expresarse a sí misma, el arte que llevaba siempre consigo y que esporádicamente dejaba en libertad.

Antes, una ducha de horas había relajado el cuerpo. Ahora, era el espíritu el que alcanzaba ese estado.

Adornaba con pequeñas perlas de colores ese lienzo rosa. En algunas, nacían unos pétalos blancos. La imaginación volaba, con un ave solitaria en uno de los dedos más chicos, quizás nadie más que ella vería el vuelo triunfal de esa ave diminuta. "Yo te acompaño a volar" se decían mutuamente.

Hizo una pausa mirando la pared. Encontró en su perdida reflexión, los ojos de una tierna y amorosa gatita, la miraba extrañándola. Era un cuadro que había comprado años atrás, un cuadro que le recordaba la paz que le daba "Tité". Era sábado, la hora no importaba. El tiempo se detenía cuando ella miraba el cuadro de "Tité" en la pared de su cuarto. De fondo sonaba una canción lenta, casi imperceptible, que ambientaba el recuerdo de su compañerita. Años sin ella, el mismo tiempo que el cuadro colgaba. Los recuerdos tiernos de maullido, de caricias compartidas, de despertar juntas. Lo eterno vivía cuando ella veía a su querida "Tité".

Volvía a cebar un mate, lo dejaba servido unos segundos, daba unos últimos puntitos con celeste y tomaba el mate. Luego soplaba suavemente para que termine de secar y al fin, estiraba las piernas en la mesita donde estaban todas sus pinturas.

Era el momento, miraba las largas uñas de su mano, las amaba. Quería que siempre fueran de ese tamaño, sabía que trágicamente podían romperse, pero no pensaba en esa tragedia, las admiraba enamoradamente y estaba en paz. Buscó con la mirada el quita esmalte, lo alcanzó apenas. No quería levantarse del sillón, estaba cómoda y todo lo  hacía pausadamente.

Limpió sus uñas del arte anterior. Procedió con las francesitas en ambas manos, luego adornó con pequeñas pinceladas, delicadas, de rosa...

Pronto se romperá el hechizo y deberá volver a la realidad; volver a la sociedad y su bullicio; pronto deberá encontrar otra paz en ese caos. Pero no importaba, siempre la encontraba. Por más que fuera difícil y el barullo de la ciudad, turbe el pensamiento. Por más que las presiones laborales, expriman sus esfuerzos; la familia llame sin cesar; las envidias, los días malos, los dolores mensuales, las fatigas extras, se adueñen de todas las horas del día y la noche no alcance para descansar lo suficiente, ella seguirá.
Porque sabe bien que al llegar el sábado será dueña del mundo, o al menos, de su mundo.

¿Cuánto dura un mate dulce en un rincón solitario de la casa?
¿Cuánto dura la paz individual?
¿Cuántos momentos propios debemos tener para recargarnos de esa paz?
¿Cuántos recuerdos nos ayudan a vivir mejor?
¿Cuántas obras de arte pintamos y nadie ve?

1 comentario:

  1. Esa parte de sosiego y tranquilidad... Aprenderemos , ya lo verás. A veces, parece que nuestro ojo y emociones se posan en lo más grandilocuente, lo que todos miran o lo que no nos deja ver cuándo andamos atareados por el estrés. Creo que refleja muy bien , la importancia de esos momentos de relax y para uno mismo. Además, el arte está en todas partes. Eso es lo bonito de tu texto.

    Me ha gustado mucho. Un saludo desde Barcelona.

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