[Palabras Frías II] La Nube Negra




El barrio desolado, el viento frió por fin estaba quieto, hace tres cuadras que camino por el mismo lado de la vereda. Un perro ladró desde el patio de una casa, (¿desencadenando mi temor?) luego, volvió al silencio la noche fría. 

Ya quiero llegar a casa, estoy violando la cuarentena y pienso en la policía. Que me lleven preso no es la mejor idea, siento. 

Hay algo raro en la noche, la luna también me persigue. Me toca pasar por una cuadra completamente oscura. Hay algo que anda mal, prefiero caminar por el medio de la calle, desconfío de lo oscuro de las casas. Hay mucho silencio, escucho mi pulso y exhalo nieve blanca, tan blanca como la luna, la plateada que desde el cielo me está diciendo que algo malo va a suceder, aprieto el paso y sonrío, sonrío para convencerme que lo que estoy pensando solo son ilusiones, camino más rápido, siento frío en los muslos y escondo las manos cruzando los brazos en el pecho intentando controlar que mi corazón no salga de ahí. 

Mi cara ya esta expresando un terror inexplicable, como la nube negra en la que estoy caminando, es la misma calle oscura que parece que empecé a caminarla en el 1800. Llego a una esquina y veo que hacia la derecha a unas cuadras hay, por fin, una farola encendida, no sé que hora es, quiero salir de la nube negra. Las pulsaciones mejoran, la luz está a una cuadra, sigo por el medio de la calle, no quiero que...

Llego a la luz, ya respiro normal, freno dos segundos, suelto una carcajada por mi mente estúpida. Después de esta luz no veo otra. No importa, saco de mi bolsillo una bolsita, recobro la energía.

Camino a paso libre, ancho, dominante, vulgar. No me da miedo nada. La noche es la noche, la luna una cosa redonda que brilla. No hay nadie en la calle que me rompa las pelotas y las estrellas no están porque la estrella soy yo.

Siento tras de mi un auto, "que choquen, que me importa". El efecto termina. Miro hacia atrás, es el auto de la policía, hecho a correr desesperadamente, a la derecha entro en un pasaje totalmente oscuro, giran las luces azules, escucho que aceleran, corro por la callejuela, en una casa sin rejas entro y me tiro en el patio, el césped esta húmedo, cierro los ojos, el patrullero pasa despacio, los despisté. 

Abro los ojos, sonrío. Se fueron, no sé por donde pero sé que tengo que tomar el mismo rumbo que acaban de dejar y estar más atento. 

Camino varias cuadras, el aturdimiento hace efecto, el frío se apodera de mi cuerpo, me tiembla la quijada y me sudan las manos. La luna vuelve a perseguirme, se hace mas grande y me anuncia que esta pronto a acabar con mi vida.

La noche se llama Sinestrellas y la ciudad, Sinluz. Las calles están en silencio, ni siquiera el murmurar de los grillos se hace presente, almas errantes circulan por doquier y atraviesan mi cuerpo en el eco de cada uno de mis pasos. Puedo sentir que no habrá amanecer alguno. 

Me late la cien y un malestar general me acompaña. Otra vez mi corazón me pide salir, está luchando contra todo lo que está ahí adentro de mi pecho, al lado del miedo.

Varias veces me tiré al suelo o me escondí tras de un árbol cuando venía un auto. Fueron vehículos particulares, ya no de la policía. La desesperación fue la misma y estuve al borde del romper en lágrimas, ya no la estoy pasando bien.

La oscuridad está en mi pecho, en mi cabeza y en mis huesos, estoy en la nube negra y quiero salir ya. No soporto la idea de una noche eterna, ya no sé donde está mi casa ni en que barrio estoy.

Mis pasos son erráticos, casi me caigo, sufro los pasos que doy, no sé a donde me dirijo, estoy perdido y camino hacia...

El llanto y los gritos, fueron después. Primero la noche se detuvo, la ciudad, la luna, la nube negra, mi cuerpo e inclusive el silencio, todo quedó en pausa.

 Dos ojos se dirigían hacia mí, hacia mi estático universo, crecían esos ojos de muerte bastarda, brillantes y amarillentos ojos de gato, de gato negro en la espesura de la quieta nieve negra. Directo, recto se dirigía hacia mi centro craneal, pero pasó volando dejando en mis oídos su canto espectral, su grito de águila sin fin, el augurio de muerte del búho rompió mis viseras. Las alas me rozaron la piel, el perfume del plumaje activo las arenas negras del tiempo. Caí de rodillas al piso.

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